Ecuador: Jornada 11. Comunidad Machacuyacu.

Bambú amazónico

Bambú amazónico

Martes, 25 de Enero de 2011.

Nada más amanecer (¿serán las seis de la mañana?) oigo ya trajín en la cocina, en mi habitación ya lo hubo, de alguna manera se me coló un murciélago que estuvo un buen rato dando vueltas.

La mujer de Daniel (aunque está mellada y con la piel castigada no parece contar con más de 35 años), con el niño más pequeño en una especie de zurrón amarrado a la espalda (y embarazada del quinto) nos prepara un rico desayuno a base de yuca frita, tortilla y pancakes. Aquí las mujeres hacen las tareas de la cocina y la casa, la preparación de la «chicha», se encargan del cuidado de los niños y de parte del cultivo de las tierras. Los hombres creo que hacen el resto, si es que queda algo, y las tareas donde la fuerza física impera (construcción de cabañas, poda, recolección, etc.).

Vegetación amazónica

Vegetación amazónica

Daniel me facilita unas botas de agua (al menos de cuatro números mayores que mi pié, aquí no hay para elegir) que son necesarias para nuestro primer paseo por la selva. Vamos a visitar unas cuevas donde los «chamanes» se comunican con los espíritus.

El camino es duro, a cada paso se descubren cientos de nuevos bichos. El calor y la humedad (supongo que te haces cuando no has estado en otro sitio que no sea aquí) agotan.

Después de casi una hora de caminata llegamos a un agujero en el suelo. Ahora mismo no sabría volver al poblado. En la selva no hay caminos marcados, ni referencias que tomar. Todo es vegetación, bambú, verde…

Cabe apenas una persona por la entrada y una vez andados tres o cuatro metros la oscuridad es ya total. A los diez metros la linterna es imprescindible. Daniel enfoca a sus pies y luego hacia atrás para que yo pueda orientarme. De vez en cuando la luz rebota en la pared y se ven arañas del tamaño de mi mano. Dice que son inofensivas (da igual, no las pienso tocar), igual que los murciélagos que a cada poco vuelan rasantes por nuestras cabezas. Llegamos al final de la cueva, hay una estalagtitas y estalagmitas a las que han puesto nombre (en quichua). En este lugar, los chamanes, después de tomar ayahuasca, obtenido de raices de plantas y lianas, son capaces de ver en la oscuridad y comunicarse con los espíritus (alucionaciones de muchos kilates).

Vegetación amazónica

Vegetación amazónica

Tiene que ser una esperiencia única participar en una sesión de esas, pero yo no tengo valor ni ganas. Volvemos al poblado para comer (sopa de yuca y arroz) y echar una siesta reparadora. Por el camino hablamos de la diferencia de culturas. Le cuento que vivo en un piso, en una sexta altura, rodeado de otros pisos con igual o más altura. La cara es de total asombro, no concibe que la gente viva apiñada habiendo tanta tierra… ¿y dónde cultivamos nuestra comida?

Para por la tarde, Daniel ha preparado una visita a su madre. Es la partera de una comunidad vecina. Al parecer hay varias comunidades, separadas entre uno y dos kilómetros cada una. Entre la densa vegetación no se ven unas a otras, aquí no hay teléfono ni nada por el estilo, así que se visitan a menudo.

Me han preparado unas hierbas para que haga vahos. En teoría me van a quitar el dolor de cabeza (yo creo que es del calor) y me va a «limpiar». No sé si serán las plantas (una mezcla de varios tipos de hojas y raíces medicinales), el vapor de agua hirbiendo o los treinta y pico grados que ya hará sin estar haciendo vahos o los dos litros que sudo durante la «sesión», pero al terminar me siento relajadísimo. Necesito al menos diez minutos para poderme incorporar. Una pasada. Después me explican para qué usan cada una de las plantas medicinales que tienen por allí. Las hay para el dolor, para el corazón, para dormir, abortivas, anticonceptivas… impresionante la sabiduría de generación en generación ya que no hay conocimiento escrito ni documentado.

De regreso a la comunidad hago la colada, mientras tiendo la ropa una avispa se ensaña conmigo pero Daniel ya tiene la planta indicada para alibiar las picaduras, parece que ha adquirido ciertos conocimientos de su madre.

Machacuyacu

Machacuyacu

Me quedan unas pocas horas con los Machacuyacu. Daniel tiene tareas que hacer así que voy al poblado y juego con los niños en unos columpios que seguramente hayan sido financiados por otros turistas que, como yo, han visitado a los Machacuyacu desde algún lugar del mundo que llamamos civilizado y avanzado. Estos niños son increiblemente felices, lo dicen sus caras y sus risas y carcajadas mientras empujo a unos en los columpios y lanzo a otros plantas con raices y tierra. No tienen internet, ni videoconsolas, ni televisión, ni radio, ni un balón, ni una peonza, ni unos zapatos… tampoco parecen echarlos en falta.

Cuando oscurece, los hermanos mayores, de unos diez años, se hacen cargo de los pequeños y los llevan a casa. La mujer de Daniel ya está preparando la cena y éste ha cogido la guitarra para cantar algunas canciones en quichua. No aguanto mucho de la velada. La jornada ha sido dura y supongo que con un grupo de turistas numeroso el tema será más animado. Prefiero descansar para aprovechar lo más posible la estancia en este tierra y mañana me queda un largo viaje de nuevo a Quito.

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